Cuando se piensa en liderazgo, lo primero que viene a la mente no es el control o la dirección, sino la autenticidad. Liderar no se trata de imponer o dirigir desde un lugar de poder, sino de caminar junto a los demás, con empatía, respeto y, sobre todo, con verdad. Esto lo he aprendido no solo como mentora y coach, sino también como madre y como mujer.
Liderar una familia de cuatro ha sido, sin duda, uno de los mayores desafíos y aprendizajes. Mis tres hijos, Enzo, Benicio y Julita, me han enseñado que el liderazgo en el hogar se construye día a día, con amor, paciencia y compromiso. Ser madre mostró que el liderazgo en el hogar, al igual que en cualquier otro ámbito, no se trata de control ni de tener la última palabra, sino de ser un ejemplo constante. Es guiar con el corazón y estar presente emocionalmente, algo que no siempre supe hacer, pero que he aprendido con el tiempo.
Ser líder en casa y en el trabajo no significa tener todas las respuestas, sino hacer las preguntas correctas. Es ser lo suficientemente valiente para decir "no sé" o "me equivoqué" y, desde ahí, construir una conexión genuina con las personas que rodean, ya sean hijos, equipo o comunidad. Como líder, aprendí que la capacidad de escuchar profundamente, no solo las palabras sino también lo que no se dice, es lo que define a un verdadero líder. Un líder comprende las necesidades, los miedos y los sueños de quienes lo rodean y los acompaña, no desde una posición superior, sino desde un lugar de acompañamiento.
Liderar una familia es, en muchos sentidos, como liderar un equipo. Cada miembro tiene su propia personalidad, sus sueños y sus miedos, y como líder, es fundamental entender esas diferencias y crear un ambiente donde todos puedan florecer. No siempre es fácil. Hubo momentos en que no supe cómo equilibrar el trabajo y la familia, en que me sentí abrumada por las responsabilidades y el cansancio. Pero, con el tiempo, comprendí que el liderazgo familiar requiere la misma paciencia, compasión y comunicación que cualquier otro tipo de liderazgo.
Ser la líder de mi familia también enseñó a priorizar lo importante, a saber cuándo parar, respirar y estar presente en el momento. La vida puede ser caótica, y el trabajo puede consumir, pero el liderazgo familiar significa encontrar ese equilibrio, sabiendo que la familia es el motor que impulsa a seguir adelante y ser mejores.
En el camino como mentora y coach ontológico, descubrí que liderar es invitar a otros a ser protagonistas de sus propias vidas, a ser arquitectos de su destino. Y eso comienza con el ejemplo, con ser la propia arquitecta de la vida. El liderazgo no se impone, se inspira. Esa inspiración solo puede venir cuando se lidera desde la autenticidad, mostrando la verdad y atreviéndose a caminar junto a otros desde un lugar de vulnerabilidad y fortaleza.
Liderar es también aprender a soltar el control y confiar en los demás. Es confiar en que las personas tienen dentro de sí el poder y la sabiduría para encontrar su propio camino, y el papel del líder es iluminar ese camino, no recorrerlo por ellos.
Liderar mi familia ha sido el mayor desafío y la mayor bendición. Me permitió ver el liderazgo desde una perspectiva más profunda, donde el amor y la dedicación son las claves para construir un hogar donde todos puedan crecer, aprender y, sobre todo, sentirse amados. Del mismo modo, liderar en el ámbito profesional implica ofrecer esa misma autenticidad, compasión y dedicación, confiando en que todos tienen dentro de sí el poder para crear algo increíble.
Con cariño y gratitud, Julieta Campelli Mentora y Coach Ontológico Profesional